Una tarde de otoño de hace ya unos cuantos años. Mientras sesteaba tras una mañana de duro trabajo, me ocurrió algo que me arrebató el sueño y alteró mis sentidos. Lo que aquí narro no es más que una fantasía bastante macabra y perversa de lo que allí ocurrió. Agustín -por su puesto ese no era su nombre real- no era ni tan cabrón ni tan impresentable como lo pinto. Pero tenía lo suyo.
Reconozco que tenía motivos más que sobrados para vivir amargado y mi relación con él aunque nunca fue personal siempre se mantuvo en los límites de la cordialidad. Valga este relato como recuerdo a alguien a quien probablemente ya nadie recuerde. Sé que podría haber escrito una loa más apropiada para recordar a un difunto, pero estoy seguro que a él le hubiese gustado. Mientras redactaba estas líeas me vino a la memoria una sentencia de mi admirado Arturo Cañas, inolvidable chófer destroyer de la no menos inolvidable teleserie Cámera cafe. En un capítulo y sin pestañear afirma:
-Se puede ser minusválido (en realidad decía sordo) y gilipollas al mismo tiempo.
¡Pues eso!
Vaya por estos tiempos de autocensura un poco de political incorrectness.
Era una tarde como las demás. Marcos llegó a su casa padeciendo la desolación de haber consumido otro día de su vida. Otro día en el que no había hecho nada que mereciese ser recordado. Aflojó el nudo de su corbata. Se quitó la chaqueta de su elegante traje y la arrojó sobre las dos camisas y varios jerseys que ya había apilados sobre una butaca.
Con el dedo gordo de su pie derecho descalzó el izquierdo. Con desgana repitió la acción con el otro pie y se dejó caer, derrotado, en el sillón orejero que heredó de su abuelo y cuyo necesario tapizado posponía un día sí y otro también.
Con el mando a distancia activó el equipo de alta fidelidad. Tras un breve silencio sonó la primera de las treinta y dos «Variaciones Goldberg» de Johann Sebastián Bach. Marcos se recostó y cerró los ojos. Apenas sabía si desearía abrirlos de nuevo.
Agustín -por su puesto ese no era su nombre real- no era ni tan cabrón ni tan impresentable como lo pinto. Pero tenía lo suyo. #OriolVillar #ElSilenciodeLosLocos Compartir en X
No sabía cuanto tiempo había dormido cuando «algo» comenzó a devolverle a la realidad. A una realidad confusa y somnolienta, pero realidad a fin y al cabo. En un principio le costó comprender el lugar y la hora en los que se encontraba. Pero “aquello” no tardó en visitarle de nuevo. En esta ocasión Marcos se sobrecogió.
En un instante comprendió que «aquello» había sido lo que le había arrancado del sueño. Le recordó a algo similar a un lejano rumor. Sonaba como un oleaje en la distancia. Como uno de esos monótonos sonidos a los que no se presta ninguna atención a causa de la costumbre, pero que siempre están ahí. Nos acompañan durante toda la vida, aunque finjamos ignorarlos y siempre nos sobreviven. Perduran tras nuestra muerte y tras la muerte de nuestros hijos y la de los hijos de nuestros hijos. «Aquello» era cada vez era más intenso, o al menos eso era lo que Marcos creía percibir.
Pulsó el “Pause” de su mando a distancia y las vigorosas manos de Glenn Gould dejaron de tocar las teclas blancas y las teclas negras del piano, enmudeciendo sin piedad.
Cada cuadro y cada lámpara, cada libro y cada sillón se sobresaltaron ante tan brusca pausa. Desde el interior de sus albumes las fotografías de sus antepasados interrogaban con inquietud a Marcos el por qué de tanta brusquedad. Un silencio casi tangible se adueñó de la estancia.
Pero“Aquello” había cesado en la emisión de su extraño sonido y no parecía tener intención alguna de regresar.
No había nada que Marcos odiase más que ser interrumpido durante una audición. Lanzó una interrogativa mirada a los objetos que le rodeaban. Pudo sentir en toda su intensidad como todos ellos se la devolvieron.
Cerró de nuevo los ojos con la esperanza de que su concentración consiguiese lo que el silencio parecía no lograr. Pero todo resultó inútil. “Aquello” continuaba sin dar ninguna señal. Esa extraña calma y la impresión de que había “Algo” que parecía querer jugar al escondite con él, comenzó a resultarle molesta.
Marcos era un hombre eficaz hasta resultar odioso. Perder el tiempo era algo que le repugnaba sobremanera. Recorrió con su mirada cada rincón de la habitación, pero no hayó nada que le aportara pista alguna.
Marcos sufrió los primeros síntomas de la angustia. Desconocía la razón, pero en su interior sintió como si alguien estuviese degollando a sus vecinos y él prefiriese mirar para otro lado.
Ayuuuuuuuuuuuuuuuuuuuudaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.
Una voz desgarrada llegó desde algún lugar de la casa. Marcos sintió como unas violentas contracciones de su corazón parecían revertar dentro de su pecho y se sintió desfallecer.
Ayuuuaaaaaaaaaaauuuuuuudaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.
No recordaba Marcos haber escuchado en toda su vida nada tan espeluznante. Fuera quien fuese, estaba pidiendo socorro. No cabía duda alguna de que estaba desesperado. ¿Pero quién era? ¿De dónde provenía aquel grito angustiado que imploraba su ayuda?
Ayuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuudauuuuuuuuuuaa.
Aquel aullido resultaba apenas perceptible. Era un solitario grito sumido en el fango de una agotadora lucha contra la muerte, ante la odiosa indiferencia del mundo. ¿Cuánto tiempo llevaría suplicando? ¿Cómo podía Marcos haber dormido tan plácidamente cuando alguien, tan cerca de él, sufría hasta la extenuación?
Ayuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuudaaaaaaaaaaaaaaa.
¿Pero dónde estaba? ¿Quién era? ¿Qué quería? ¿Cómo podría servirle de ayuda si no era capaz de dar con él?
Marcos recorrió hasta el último recoveco de su piso. Abrió cada puerta y se asomó por cada ventana. Rebuscó dentro de los armarios y debajo de la cama. Corrió violentamente la cortina de la ducha. Incluso, cargado de incredulidad, levantó la tapa del water en una desesperada ilusión por encontrar «Aquello» que continuaba llamándole desde alguna parte.
Ayuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuudaaaaaaaaaaaaaaaaa.
¿Pero quién era? ¿De dónde provenía aquel grito angustiado que imploraba su ayuda? #OriolVillar #ElSilenciodeLosLocos Compartir en X
¿Dónde estás maldito?- gritó Marcos acercando la cabeza a la pared-. ¿Cómo quieres que te ayude si no me dices donde estás?
Marcos corrió hasta la cocina. Abrió un armario trass otro con una violencia inusitada en él. Cogió un vaso de vino. Recordando las enseñanzas de los boy scouts -a los que su madre se empeño en afiliarle, probablemente para quitárselo de encima todas las tardes de sábado- trató de extraer de las paredes algún sonido que le guiase por la casa. Una casa que comenzaba a asustarle.
Ayuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuudaaaaaaaaaaa.
La súplica continuaba y también continuaba su llanto.
Aunque aún desconocía su origen, tumbado en el suelo y con el vaso formando parte de él, Marcos al menos pudo escuchar «Aquello» con más claridad.
-¡Pero desgraciado dime dónde estás!- exclamó con un alarido tan desesperado que parecía querer competir con «Aquello».
Incapaz de dar con el origen y la causa de su tortura. Con sus nervios a flor de piel y en aumento, y dominado por la angustia, Marcos salió a la escalera. Allí nada se escuchaba. Y nada anormal parecía ocurrir.
-Recorreré cada puerta y cada domicilio. Si quien suplica está allí, daré con él y podré ayudarle al fin – dijo Marcos en un último y arrebatado intento por auxiliar a quien tanto sufría.
Por qué negarlo, así consegiría liberarse también a sí mismo de un pavor que se había adueñado de todo su ser. Con su vidrio amplificador pegado a su oído derecho, y con el mayor grado de concentración que le permitía el saber que alguien podría estar muriendo tan cerca, comenzó su expedición.
Piso a piso y puerta a puerta Marcos practicó sus escuchas. Suponía que «Aquello» se debía encontrar en alguna de las viviendas más cercanas a la suya, de modo que sin más dilación comenzó por éstas con la intención de ampliar así su radio de acción.
«Aunque claro con tantos conductos de ventilación, vete tú a saber de donde diablos viene eso», pensó Marcos en un desesperado intento por dar con la voz y con su grito.
-¿Por qué no gritas ahora? ¡Eh! ¿Por qué no lo haces ahora que estoy dispuesto a encontrarte.
Estaba cansado ya Marcos a causa del largo rato que hacía que no escuchaba «Aquello». Se sintió tentado de abandonar y esperar a que otro encontrase lo que tuviera que encontrar. De ese modo podría fingirse ignorante de todo y responsable de nada.
-Pero y si nadie lo encuentra nunca… Cómo voy a vivir así… Cómo voy a convivir en el mismo edificio con alguien que pudiera llevar muerto varios meses ante el olvido de todos… Bueno el de todos no. El olvido de todos menos el mío. Porque yo sabré que tras alguno de estos tabiques, probablemente demasiado cerca de mí como para soportarlo, habrá alguien que pueda haber muerto esta misma tarde y cuyo cadáver será olvidado para toda la eternidad.
Ya en su casa, la extraña fuerza de un presentimiento detuvo a Marcos en el centro del salón. Lo hizo con la misma atracción de un imán cuando atrae a otro imán. Albergaba la débil esperanza de que «Aquello» aún conservara un último aliento. Un último estertor que le condujese en su rescate.
Contuvo la respiración… Guardó silencio durante unos segundos que parecieron semanas. Los latidos frenéticos de su corazón silenciaban cualquier otro sonido. Marcos trató de inspirar con profundidad y espirar con gran lentitud. Le costó hacerlo pero se aplicó en ello. Confiaba en que así podría recobrar una calma que hacía ya mucho que había dado por perdida.
– Aaaaaaaaaaaaaaaayuuuuuuudaaaaaaaaaaa.
¡Estaba ahí. Continuaba vivo! El infeliz no había muerto.
-¿Dónde estás desgraciado? ¿Quién eres? ¿Cómo puedo ayudarte?
Marcos suplicó, interrogó, inquirió e insultó. No permitiría que «Aquello» escapara de nuevo a su control. Intensificó su búsqueda por toda la casa. Lo hizo de forma tan exhaustiva que incluso a él mismo le asustó. Se tumbó sobre el parqué del dormitorio, y fue entonces cuando lo escuchó.
Ayuuuuuuuuuuuudaaaaaaaaaaaaaaa.
-¿Dónde estás desgraciado? ¿Quién eres? ¿Cómo puedo ayudarte? #OriolVillar #ElSilenciodeLosLocos Compartir en X
Marcos sonrío no sin cierta sensación de victoria. Por fin podía disfrutar de la escucha más clara, nítida y precisa de todas cuantas había conseguido hasta entonces.
-¿Agustín? ¿Eres tú, Agustín? ¿Eres tú?- preguntó Marcos temiendo que pudiera tratarse de su vecino del primero B. De Agustín.
No obtuvo Marcos ninguna respuesta, pero a cada momento crecía en él la certeza de que se trataba de Agustín. Agustín vivía un piso más abajo, era engreído, orgulloso, minusválido y rematadamente cabrón. Siempre se había portado de forma rastrera con todos sus vecinos. En lo más profundo de su ser, Marcos quiso ver en su tormento una pequeña acción de justicia divina. Sonrió de nuevo al comprobar que incluso Dios sabía que, por mucho que viviese anclado a una silla de ruedas, cuando uno es un cabrón es un cabrón y siempre acabará por pagar la factura de sus miserias.
-¡Pero qué estoy diciendo!- exclamó Marcos-. Por miserable que sea esa mofeta impedida, no puedo permitir que muera devorado por el desamparo.
Abandonó su casa y regresó repetidas veces. En una de esas idas y venidas se pertrechó con un juego de llaves maestras que le regaló por su cumpleaños un amigo de esos que sólo obsequian chorradas. En otra, se hizo con la caja de herramientas del día de su santo. También coió una vieja tarjeta de crédito de cuando apenas tenía crédito. Más tarde arrampló con todo lo que intuyó pudiera serle de utilidad para forzar una cerradura para la que no tenía llave. El miserable de Agustín jamás había querido confiar una copia de sus llaves a ningún vecino. Quizá él fue el único que nunca previó que ocurriera lo que estaba ocurriendo.
-Serás majadero – dijo Marcos al detenerse unos instantes en el tenebroso rellano de la escalera-. Te mereces todo lo que te pase y más.
Ayuuuuuuuuuuuuuudaaaaaaaaaa.
«Aquello», al contraatacar hizo recobrar a Marcos sus fuerzas y su espíritu cívico.
-¿Agustín eres tú?- voceó Marcos frente al puerta de su vecino cabrón y engreído.
Continuará… Leer: “Aquello” 2ª parte. Un relato de Oriol Villar-Pool
© “Aquello” es un un relato de Oriol Villar-Pool
Deja una respuesta