Durante más de una década me dediqué a la docencia. Siempre mantuve una relación muy cercana con mis alumnos. Es cierto que con los primeros la diferencia de edad no era tan grande como lo fue siendo después. Es por eso que en aquella primera promoción creé vínculos personales con algunos de mis alumnos, cosa que les hacía invitarme a sus fiestas y eventos.
El relato que puedes leer a continuación es el fruto de una de esas invitaciones.
Dos amigas me animaron a asistir a una comida en su casa. Eran dos criaturas alegres, entrañables y divertidas. He de reconocer que una de ellas me resultaba incluso atractiva. De modo que tras aquella reunión, por otra parte igual a otras muchas, escribí estas líneas.
Tengo que reconocer que hice dos versiones con un final diferente para cada una de ellas. Hice dos copias y las dejé sobre la mesa de mi despacho. A medida que ellas acudieron a clase las invité a recoger una copia del relato…
… No sé cual de ellas leyó una u otra versión. Una jamás dijo una sóla palabra al respecto,. La otra sin embargo me inquirió
-¿eso es lo que te ha inspirado nuestra invitación?
El curso terminó y jamás las he vuelto a ver. Nunca supe cuál de las dos leyó el texto que contenía el mensaje oculto. Si quieres buscarlo tú, te invito a que lo hagas. Adelante.
Si te apetece dar tu opinión no dudes en hacerlo en los comentarios que encontrarás al final del texto. Me encantará conocer tus opiniones sobre este relato y el tema tratado en él.
Todo comenzó de la forma más tonta. Hacía un día espléndido del mes de Noviembre, y como todos los miércoles mi jornada laboral terminaba a mediodía. En la calle, sentadas en la acera me esperaban Marta y Cristina, dos de mis alumnas, y otros amigos a cuya casa había sido invitado a comer.
Un largo atasco y una visita al mercado, en busca de provisiones, nos llevaron hasta su piso.
Filetes de cerdo con salsa de champiñones y croquetas en abundancia, componían el menú.
La escasa vajilla, propia de todo piso de estudiantes, hacía la mesa un variopinto muestrario de productos de «Todo a cien».
El ambiente no era ni especialmente divertido, ni todo lo contrario. Pero el relajo de la situación me permitió vagar por toda la casa, curioseando el entorno privado de quienes sólo conocía en lo académico. En el dormitorio, sobre sus camas, sendos «collages» fotográficos ofrecían una amplia y superficial visión de sus amistades y ratos de ocio. No pude averiguar si aquello también hablaba de amores, pero qué más daba.
En uno de los retratos, Cristina posaba preciosa y completamente segura de sí misma. Era una jovencita callada y de escurridiza mirada, con un aspecto entre ingenuo y seductor que me inquietaba. Frente a aquella pose, que no coincidía con la imagen que de ella me había creado, era difícil no caer rendido a sus pies.
Comimos croquetas y charlamos de simpladas hasta que Marta llegó con los filetes que, nadando en nata, me empacharon con sólo mirarlos.
No sé si lo dijo en serio o no, pero al ofrecerme el plato, afirmó:
-Te llevas el peor!
Observé la carne con parsimonia y buena voluntad. Mi cara debió traicionarme pues Cristina, sentada frente a mí, me miró con un gesto interrogante y cómplice.
Todos reían a mi alrededor. Bebí dos enormes vasos de agua para intentar hincar el diente a las viandas que tanto alababan.
Algo pareció moverse bajo la salsa de mi bistec.
Estupefacto y asustado, observé detenidamente lo que allí ocurría, sin atreverme a decir nada para no resultar grosero. Se imaginan ustedes si un invitado en plena comida dijese aterrorizado:
-¡Creo que en mi plato hay algo que se mueve!
Aunque fuese cierto, en un primer momento yo lo tomaría como una ofensa personal. ¿O no?
Pues bien, lo cierto es que entre aquella blanca salsa, algo se movía cada vez con más ímpetu.
Ante mi asombro, de entre la nata emergieron, una nariz primero y unos ojos y labios a continuación. Con la boca abierta – la mía – pude asistir al nacimiento de un rostro completo que, con unas grandes orejotas, comenzó a farfullar. Frente a mí tenía un filete mutante que, al pronunciar cada palabra, escupía nata sin ningún reparo.
Miré a mi alrededor. No se si buscaba ayuda, apoyo, o alguien a quien partir la cara por lo que supuse era una broma, guarra y pesada.
Con mi rostro pringado de salsa de champiñones y los ojos como platos, comprobé que mis contertulios habían quedado congelados en el tiempo.
Paralizados junto a mí, todos presentaban ese rictus estúpido que se le queda a uno al activar la pausa del vídeo.
-No pueden verte ni oírte, amigo -.Escupió mi filete.
-Estamos solos, tú y yo -.
No pueden verte ni oírte, amigo -.Escupió mi filete.-Estamos solos, tú y yo -. #OriolVillar #Relato #ElSilenciodelosLocos Compartir en X
No pude articular palabra, y mucho menos asimilar aquello que me ocurría.
Damián, como dijo llamarse, habló durante largo rato de no sé qué sobre la liberación del mundo porcino; sobre la injusticia de los hombres hacia los cerdos, de los que no respetaban ni los huesos para poder disfrutar de un entierro digno; sobre los centenares de años, miles incluso, de sometimiento a la voluntad humillante y hacinadora de los humanos.
De todo su discurso, que escuché babeante de asombro, pude concluir que Damián hacía hincapié en su indignación por el uso, que hacemos de la palabra cerdo, como algo despectivo, cuando habíamos sido precisamente nosotros quienes les condenamos a su mísera existencia.
Fue excitándose poco a poco, de tal forma que el resto de los filetes, en plena transformación, asentían, arrebatados como feligreses adventistas, las palabras de su líder. Las croquetas, que resultaron ser de jamón y por tanto aliadas, gritaban enloquecidas clamando venganza.
En un santiamén, obedeciendo ciegamente las órdenes de Damián, cada filete parlante saltó sobre su correspondiente comensal, apoderándose de su rostro.
Con sus caras robadas, mis compañeros, o quienes creí que seguían siéndolo, volvieron al mundo animado. No podía reconocer a nadie, pues los rostros-filete cubrían sus cabezas, y como me confesó Damián, se estaban apoderando de sus mentes.
Su intención era la de crear con mis amigos un ejército de vegetarianos fundamentalistas suicidas, en lucha por la liberación de la especie porcina, a la que por fin había llegado su gran momento.
Al comprobar que Damián paseaba alegremente sobre la mesa, entre sus sonoras risotadas y órdenes feroces, y que a mi nada me había ocurrido, quise preguntar:
-¿Por qué yo no…?
-¿Por qué, preguntas? – me cortó – ¿Por qué? Porque tú vas a ser la primera víctima de mi plan. Tus amigos no son más que instrumentos para llevar a cabo mi gran proyecto, pero tú vas a comenzar a pagar por toda tu especie.
-Pero yo…
-¡Calla y escucha, mamón! No trates de engañarme. No creas que hemos caído aquí por casualidad. Sabemos, por nuestro sistema de inteligencia y estrategia militar, que los vascos sois voraces comedores de carne, y por eso vais a pagar.
-Ya, pero…
-¡Que te calles! ¿O es que crees que no te conocemos? ¿Que no sabemos de tu negro orígen? Que tu padre era uno de los mayores fabricantes de preparados cárnicos. ¡Un carnicero industrial, vamos!. Una especie de Menguele gastronómico. Un asesino de masas porcinas. ¡Un hijo de puta al que debimos exterminar hace años!
-Si, pero…
-Lástima que hayamos llegado demasiado tarde y el viejo haya muerto… Pero así es la vida. Aunque no pudimos cepillarnos al cabrón de tu padre a tiempo, lo que si pudimos fue arruinarlo. ¿O no es verdad?
-Si, pero…
-Recuerdas la peste porcina de hace unos años. Sí, la que hundió a muchos criminales como tu padre. ¿Quién crees que la inició y extendió con tanta rapidez? Si no llega a ser por aquello, hubierais logrado vender chorizos hasta en la Meca, que son lo único enrollado de tu especie. Ese Mahoma era un tio grande, ¿no te parece?
-Si, pero…
-¡Bueno, vale ya de palabrería! Vayamos a lo nuestro.
Damián encendió un cigarrillo, aún no sé cómo, y mirando fijamente a sus súbditos ordenó mi sacrificio.
Sujeto de pies y manos, fui tendido boca arriba sobre la mesa dejando mi cabeza suspendida en el vacío. Prepararon una fogata. En la cocina pude oír como afilaban lo que en muy poco tiempo comprobé eran unos enormes machetes. Bajo mi cabeza colocaron una gran palangana. Fue en ese momento cuando recordé a mi padre con un largo delantal, igual que el de mis verdugos preparado para la matanza.
Ya no temí por mi vida. Sólo tenía la duda de saber en qué bocadillo acabarían mis vísceras. ¡Qué horror!
Ya no temí por mi vida. Sólo tenía la duda de saber en qué bocadillo acabarían mis vísceras. #OriolVillar #Relato #ElSilenciodelosLocos Compartir en X
Me arrancaron las ropas y me sujetaron con fuerza. Damián, sobre mi pecho, bebía un vaso de vino y rebosaba de alegría tras sus ojos encendidos por la venganza.
Uno de ellos me tiró con fuerza del pelo hacia abajo para tensar mi cuello apropiadamente.
Yo gritaba como un loco intentando deshacerme de mis captores, pero no había forma de salir de allí. Sentí el frío cuchillo en mi garganta, esperando la orden que haría morcillas de mi sangre derramada.
Miré al techo en un último intento por esquivar la mirada de Damián. Los gritos de las croquetas eran ensordecedores. Mis metamorfoseados amigos babeaban nata y champiñones en un orgasmo criminal.
Al escuchar el grito del filete mayor, cerré mis ojos, me encomendé a Dios como todo mártir que se precie, y me dispuse a compartir mostrador en la charcutería con cualquier pariente de mi ejecutor.
Lo último que recuerdo, es que rompí a llorar desconsoladamente, porque para rabias ya no era momento.
-¿Te encuentras bien?
Una dulce voz femenina, que me era conocida, me hizo volver lentamente en mí. No pude reconocer su rostro, pues mis empapados ojos me impedían distinguir nada. Sé que era una de mis amigas pero no sabría decir con certeza cuál de ellas. Acarició mi rostro con ternura. Con su pulgar recogió una lágrima que se deslizaba por mi nariz. Tomó mis manos y me hizo seguirla. Tras mi experiencia, cualquiera que no quisiera desollarme hubiera sido un amigo, pero lo sincero de sus caricias, y la dulzura de sus palabras me conmovieron.
La acompañé ciegamente, como un perrito faldero, hasta su dormitorio. Allí cerró la puerta y me besó.
Mi vista comenzaba a recuperarse y pude deshacerme de la nebulosa que me envolvía. Entonces reconocí frente a mí las fotografías pegadas en las paredes, imágenes de quien me abrazaba con pasión, y cuya identidad aún desconocía.
-Ya puedo ver – exclamé, apartando ligeramente su cuerpo del mío, para poder ver su rostro.
-Me alegro mucho. No me gusta ajusticiar a minusválidos.
Con horror comprobé que, con quien había compartido mi amor y consumido mis fuerzas, no era otro que el mutante cabrón de Damián, gozando con mi debilidad.
-Sabes – me restregó con sorna -. Había oído hablar mucho de ésto, pero nunca tuve la oportunidad de probarlo. ¡Y no está nada mal! Es posible que en adelante, te acoja como mi entretenido. Qué te parece ¿eh?
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NO te cortes hazlo en los comentarios, me gustará responderte.
© “El filete vengador” es un un relato de Oriol Villar-Pool
No me extraña que no las hayas vuelto a ver… 😂😂😂
Pero entretenido, original y sorprendente el relato
Muchas gracias Patxi.
Aunque con las consiguientes licencias literarias, la reunión tuvo su gracia.
Fueron tiempos divertidos y mi imaginación volaba desbocada…
…Bueno en realidad sigue haciéndolo.
Un abrazo
Tienes una imaginación perversa. Me estoy descojonando vivo. JAJAJA
Me alegra mucho que lo estés pasando en grande. Si te apetece adquirir alguno de mis libros puedes hacerlo en Amazon: https://amzn.to/37DSiED
Un saludo