Hoy me he sentido melancólico y he recordado a los ausentes. Los unos lo son porque ya se han ido para siempre y otros porque han preferido no estar junto a mi. Pero en cualquier caso esas ausencias, esos vacíos siempre dejan el aroma de un poso que resulta dificil de eliminar de la memoria y del corazón.
La fotografía que muestro a continuación, la tomé a través de un enorme ventanal en el desde el Duty Free del Aeropuerto de Edimburgo mientras esperaba mi vuelo de regreso a casa. Meditaba absorto en mis pensamientos y en mis silencios cautivado por las condiciones meteorológicas, y sumido en el bullicio que me rodeaba y la nostalgia que siempre me acompaña cuando abandono un lugar en el que me he sentido, feliz o no, pero vivo.
La pista mojada y el metódico desplazarse de los aviones por la pista me recordó a mi padre. A él le encantaban los aviones y le gustaba mucho pasar las tardes observando los pocos vuelos que el aeropuerto de mi ciudad programaba cada día.
«El vuelo de los sueños»
Siempre me han gustado los aeropuertos. Me fascina el ir y venir de los pasajeros que, cargados de maletas y nervios, se dirigen, guiados por fuerzas invisibles hacia sus puertas de embarque.
Parece casi imposible comprender como en tamaña inmensidad alguien sea capaz de alcanzar la boca que le llevará hasta su destino, hasta su nave.
Siempre que observo el despegar y aterrizar de los aviones de pasajeros, yo también dejo volar mi imaginación. Fantaseo con los destinos más o menos exóticos a los que se dirigirán, o de los que que regresan, millones de personas. Pasajeros que, día a día y noche a noche sueñan surcando los cielos del mundo.
Cuando observo el exacto protocolo que rige el destino de los aviones una vez han tomado tierra, siempre recuerdo a mi padre.
Recuerdo las tardes en las que le acompañaba al aeropuerto de mi ciudad y desde la terraza de la terminal observabamos con interés la pista de aterrizaje mientras bebíamos una CocaCola. Esperábamos con ansiedad el instante mágico en el que esas inmensas maquinas despegan su mole del suelo.
Ese momento en el que abandonan la tierra y se encaminan hacia aquel lugar en el que las ilusiones o las penas, las alegrías y las tristezas, aguardarán a cada uno de los pasajeros.
Viajeros que confian su vida a la técnica y al saber humano, y por qué no también un poquito a Dios.
© “El vuelo de los sueños.” es una fotografía de Oriol Villar-Pool
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