Max abrió la puerta de su casa, un sencillo chalet adosado a las afueras de Londres. La decoración, fruto de la peor tradición británica, y un estupendo olor a guiso bien especiado, le recibieron. A Max esto le extrañó, el olor quiero decir, porque el espantoso papel pintado que abrazaba el retrato de su suegro, ya no le afectaba. Era raro que Susan, su mujer, cocinase algo más que una lata de sopa, al menos era raro que lo hiciera para él.
Observó a su esposa desde el vano de la puerta de la cocina. Ella no le había oído llegar, y cocinaba con desgana, alternando el vaivén de la cazuela con lingotazos de vodka.
A Max no le gustaba que bebiese, pero como hoy traía buenas noticias, prefirió evitar una discusión. Sus relaciones eran algo peores de lo que se espera de veinte años de matrimonio entre un mago de segunda fila, que hace levitar conejos, y una frustrada alcohólica cuarentona. Si es que de esto puede esperarse algo.
Por fin, Max decidió romper el silencio.
MAX LLEGA A CASA
– Cariño .
Hacía tiempo que no la llamaba así, de modo que ella, extrañada, le devolvió una vidriosa mirada. Max tomó aire para recobrar la calma y no mencionar su tajada.
– Cariño.- Repitió Max.
– ¡Por fin he firmado un contrato! Este verano lo tengo completo… Frank me ha conseguido una gira por clubs de todo el país…, de modo que trabajaré hasta septiembre, por lo menos. Y es probable que después firme con una compañía naviera que viaja a Bilbao, para ofrecer mi número a los pasajeros. ¿Qué te parece?
– Bien. Respondió ella cortante.
– ¿Podremos terminar de pagar el coche?
– ¿Cómo?…¿el coche?… Supongo que sí, las condiciones son bastante buenas…
Susan dio la espalda a Max y volvió a su guiso. Max no supo que hacer. Dudó entre regresar al salón, o escupir fuego sobre ella.
Susan era rubia platino – un botellazo evidente -. Fue guapa cuando acompañaba a Max en sus giras, pero ahora a sus cuarenta y cinco años, era un flácido desperdicio muy estropeado por la bebida. Esta noche no estaba tan borracha como en otras ocasiones, pero su mirada, su aliento, y media botella sobre la mesa, la delataban.
De pronto, como si se lo hubiese pensado mejor, o el alcohol aún mantuviese intacta alguna de sus neuronas, se volvió hacia su marido, y sin gran apasionamiento, esto si era normal en ella, le besó een la mejilla.
– Muy bien, cariño. Felicidades.
Esto sonó a Max algo irónico, rozando la mala baba. Pero prefirió no decir nada.
Max sabía de sobra que a Susan, todo aquello se la traía al fresco. Pero a él le daba la oportunidad de perderla de vista al menos durante tres o cuatro meses. Si ustedes los conociesen mejor, lo comprenderían.
Max no era mucho mejor que Susan. La magia era lo único que sabía hacer y tampoco se le daba tan bien. Desde que Murnau, un viejo amigo de su padre, le inició en el oficio, se había esforzado siempre por realizarlo con más dignidad que talento. Era alto y bien parecido. Su aspecto agraciado, su don de gentes y algunos trucos efectistas, le había permitido ser un pequeño Casanova de tres al cuarto. Vivía con modestia, pero sin ahogos, y la ambición nunca había sido una de sus virtudes. Este era uno de los motivos por los que ella no le podía soportar.
Max no era mucho mejor que Susan. La magia era lo único que sabía hacer y tampoco se le daba tan bien. #OriolVillar #ElSilenciodeLosLocos Compartir en X
-Tú podrías ser… Tú podrías llegar a… Tú podrías, tú podrías…
Esto es lo único que Susan sabía decir.
¿Y ella, qué podría ser ella? ¿Eh? La presidenta de alcohólicas convencidas de Gran Bretaña es lo único que podría ser.
Al menos yo, con mi número emociono a alguien. Cuando Roger, mi conejo levita sobre las cabezas del público hablando en rumano, la gente me respeta. Pero ella…
Bueno, pensó Max, ya está bien, como siga así se va a quemar el guiso, y entonces si la vamos a tener buena.
LA CENA.
– Siéntate cariño, ahora mismo traigo la cena.
Susan salió del comedor dejando sólo a Max sentado frente a la mesa camilla. Un bonito candelabro, que nunca antes habían utilizado, iluminaba lo mejor de la vajilla familiar.
Max desconocía el motivo de tanto boato. En la televisión un reality show escupía las tragedias cotidianas de otros, y quedó con la mirada fija en la pantalla.
Una pausa publicitaria devolvió a Max a la realidad. Levantó la vista del televisor. Cuando se disponía a llamar a su mujer para que se sentase a cenar junto a él, observó la foto de su boda.
Aquella ceremonia fue algo que siempre quiso olvidar, y al parecer lo había hecho, pues era eso, precisamente eso, la causa de aquella cena.
Hacia la friolera de veinte años que Susan y él se casaron. Aunque parecía que hubiesen pasado cuarenta, el día de su aniversario era el único en el año en que Susan mostraba algún viso de humanidad y ternura. Qué duda cabe, aunque costase creerlo era una mujer, y estas cosas a ellas les gusta celebrarlas con romántico tedio. Esto le hizo sospechar que ella querría hacer el amor después de cenar para respetar el programa oficial de festejos y las tradiciones.
Max temió que su olvido frustrase la misma noche de vino, velas y Nat «King» Cole de los últimos diecinueve años. Sintió una ligera sensación de culpa, y sus ojos vieron la mesa camilla, aderezada para la ocasión, de un modo diferente.
Recordó las cosas que sobre el amor, su madre decía siempre, en un discurso cargado de metáforas, que al final nunca sabía terminar de forma coherente.
Cuando se disponía a llamar a su mujer para que se sentase a cenar junto a él, observó la foto de su boda. #OriolVillar #ElSilenciodeLosLocos Compartir en X
Susan trajinaba en la cocina. Max maquinaba alguna disculpa poco manida por la televisión cuando ella entró en el comedor con una cazuela humeante, que con su aroma bañó la habitación.
– Susan- dijo Max entrecortado, mientras intentaba levantarse. Lo siento Susan, pero…
– No te preocupes cariño – respondió dulcemente. Siéntate y sirve el vino, por favor.
Max obedeció aliviado. Susan parecía haber reaccionado bien. Mañana, sin falta, le haría un buen regalo. Ahora que iba a tener algo más de dinero le compraría algo de su agrado.
El «Mona Lisa» de Nat «King» Cole inundó la habitación. Susan tomó una copa de vino en su mano, y mirando a Max a los ojos brindó.
– Felicidades mi amor… Mi regalo te lo daré más tarde.
– Susan…, yo.
– Te he dicho que no te preocupes. Estás aquí, y eso es lo importante. ¿Vale?
– Gracias cariño… Felicidades.
Rozaron ligeramente sus labios sin llegar a besarse y Max se sintió salvado.
Apenas hablaron durante la cena. Ella preguntó por su contrato. Él trató de interesarse por sus cosas mientras devoraba el estupendo guiso que había preparado. Susan no comió, alegando su poco apetito y, poco a poco, bebió una copa de vino tras otra. Max no se encontraba en situación de recriminar nada, y no lo hizo.
La escasa conversación, impregnada de alcohol y cierta amargura mutua, se fue apagando a la par que las velas. Susan ofreció más carne a Max. Tras dos platos iba a reventar, pero aceptó. Este, por decir algo, alabó por quinta vez la cena y preguntó:
– Estaba delicioso. ¿Qué era?
Tras una ligera pausa, y una copa de vino, Susan devolvió la pregunta.
– ¿No lo has adivinado?
Entonces la pausa fue aún mayor. Por la cabeza de Max pasó toda la fauna animal, en un último intento por agradar.
– Pues…no… No lo sé.
Susan le miró directamente al fondo de sus ojos. Era la mirada más penetrante y cargada de odio que Max hubiera visto nunca a nadie. Esbozó una ligera y pérfida sonrisa, y tajante dijo:
– Era conejo…, era tu conejo… ¡Era Roger, maldito cabrón!
Max la miró aterrorizado. Sintió una fuerte arcada. Arrojó una copa de vino a la cara de Susan. La llamó zorra y se dirigió al baño lo más aprisa que pudo, entre gimoteos y venablos incomprensibles.
Entonces la pausa fue aún mayor. Por la cabeza de Max pasó toda la fauna animal, en un último intento por agradar. #OriolVillar #ElSilenciodeLosLocos Compartir en X
VOMITA TODO LO QUE PUEDE.
De rodillas, con la cabeza dentro de la taza del inodoro, Max trataba de expulsar con desesperación, hasta el último trozo del que fuera su compañero. Lloraba angustiado, viendo en el fondo del retrete los restos de su querido Roger.
Desde la puerta del cuarto de baño, Susan, como una ametralladora, disparaba con furia excitada todos los reproches silenciados durante tanto tiempo. Todo el tiempo que la había dejado sola en los últimos años; que dedicaba más tiempo y cariño a Roger que a ella; que se había estropeado por su culpa; que ya estaba harta de quedarse sola en casa mientras él se iba por ahí, durante meses con sus putas; que hacía siete meses que no follaban; que era el responsable de su alcoholismo; que estaba gorda y sus pechos se habían caído; que le olía el aliento; que…
Max, que ya no la escuchaba, gimoteaba ante la papilla que, su estómago y su mujer le habían preparado. La miró con odio. Se acercó a ella cargado de ira, pero con una relativa calma, y al pasar a su lado le devolvió la mirada al mismo fondo de sus ojos. arrebató la botella que Susan sujetaba entre sus manos y sin apartar la mirada bebió de un trago casi un cuarto de litro de vino.
– ¡Me las pagarás, puta! – amenazó antes de salir de casa tambaleándose y cerrando con un descomunal portazo.
Susan, jocosa y ebria, sonreía mientras deslizandose se dejó caer por la pared hasta quedar sentada en el suelo, con los ojos quebrados a la espera del llanto.
MAX CAMINABA DANDO TUMBOS.
Max trastabillaba de un lado a otro en una estrecha, oscura y desierta calle. El asfalto recién regado reflejaba la luna que le guiaba como un imán.
Apestaba a tabaco y alcohol. Sus ropas parecían llevar meses pegadas a su cuerpo. Su americana barría las aceras colgada de su mano, en la otra una botella de whisky a la que le quedaba poco para morir.
Sus ojos rojos de rabia, sus patadas al aire y su sollozo clamando venganza, le dirigieron lentamente hacia su casa.
Desde el otro lado de la calle buscó la ventana del dormitorio. La luz apagada le irritó.
– ¡Duerme zorra!
Ascendió con lentitud los escalones que llevaban a la puerta principal. Introdujo con sigilo la llave en la cerradura. En el recibidor le envolvió un fuerte y desagradable olor que resumía los acontecimientos de la noche.
Apestaba a tabaco y alcohol. Sus ropas parecían llevar meses pegadas a su cuerpo. Su americana barría las aceras colgada de su mano.. #OriolVillar #ElSilenciodeLosLocos Compartir en X
En el interior de un armario, entre cientos de desordenados trastos inútiles, encontró lo que buscaba. Un magnífico, largo, pulido y brillante martillo. Max, que siempre había odiado el bricolage, pensó que algo de aquella estúpida caja de herramientas que Susan y su madre le regalaran, por fin iba a servir para algo.
El martillo pendulaba colgado de la mano derecha de Max. Arrastraba sus pies, y con la mirada perdida en el infinito de su mente, subió lentamente las escaleras hasta la primera planta.
Tras una breve pausa, enfiló el pasillo hasta la cerrada puerta del dormitorio principal. Nada se escuchaba al otro lado. Con gran templanza, giró el pomo y abrió hasta que la luz delpasillo le permitió ver el interior de la habitación.
Continuará…
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© “¡Feliz aniversario, cielo!” es un un relato de Oriol Villar-Pool
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