Hace unos años cuando Leonard Cohen ya estaba viejito y cansado, presentó su última grabación a la prensa. La sala estaba abarrotada y él sentado en un taburete sonreía enfundado en su eterno traje negro y cubierto por un precioso sombrero. Un periodista le preguntó.

Hace un tiempo usted dijo que ya estaba preparado para morir. ¿Sigue pensando lo mismo?

I can't forget

I can’t forget Leonard Cohen

La aguja recorre el surco del vinilo. El silencio invade la habitación y entonces ocurre. Entonces, como de la nada surgen las guitarras de The Pixies. Esas mismas guitarras que  me cautivaron desde la primera vez que las ecuché, hace ya tanto tiempo que no me atrevo a recordarlo.  Su sonido es contundente y la voz de Black Francis su  cantante es la de siempre, aguda, rota emocionante, poética, furiosa y sugerente. Es puro sonido Pixies y sin embargo, de entre el rotundo sonido de la banda suge la melodía de I can’ forget, la hermosa canción de Leonard Cohen.

Es un momento extraño y hermoso. La posesía de uno de los hombres más importantes en mi vida, su sensibilidad y su sentido del humor y del drama en una extraña combinación, surgen de entre la modernidad más absoluta que significan (significaron The Pixies).

Recuerdo la primera vez que oí hablar de Leonard Cohen. Fue en 1982, el Partido Socialista había alcanzado el poder y en España se avecinaban tantos cambios que no la iba a reconocer ni la madre que la parió, o al menos eso decían quienen llevaron «El cambio» hasta el gobierno. Radio 3, cuando aquella radio era el mascarón de proa de todo lo que se cocía en el país y en el mundo, emitió varios temas de Cohen en un monográfico. Al referirse a él afirmaron «Este ya no le interesa a nadie», y como yo adoro ir contracorriente, corrí para saber quien era aquel tipo que cantaba en francés y en inglés y decía cosas tan bonitas, tristes, melancólicas incluso deprimentes, pero hermosas, muy hermosas.

Entonces recordé un cartel que a medio despegar se mojaba en una callejueja cerca de mi casa. Anunciaba un concierto del por aquel entonces para mi desconocido Leonard Cohen. Ignoro si el concieto fue en mi ciudad o en otra, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Cohen, bajo la luz de una farola fumaba en soledad en un callejón tan lluvioso y oscuro como aquel en el que yo me encontraba.

Comencé a comprar sus discos y a leer sus poemas. Cuantas tardes de desamor sufrí acompañado por el canadiense que, con sus Canciones de amor y de Odio me arrastraba hasta lo más profundo del dolor del amor. Y allí estaba yo, compartiendo tardes de música con Leonard Cohen y con David Bowie, con Lou Reed e Iggy Pop, con Eric Dolphy y con Iannis Xenakis. Mis gustos musicales  son reflejo del eclecticismo que ha dominado mis aficiones, mis experiencias, mis pasiones y mi vida.

Mis gustos musicales son reflejo del eclecticismo que ha dominado mis aficiones, mis experiencias, mis pasiones y mi vida. #OriolVillar #ElSilenciodelosLocos #Fotografía #LeonardCohen #ThePixies Compartir en X

Entonces Leonard Cohen publicó un disco extraño, el Various Positions y me sentí traicionado. Sentí que aquello era un Cohen más dulce, menos atormentado, aunque Dance to End of Love fuera una canción basada en una tonadilla que cantaban los judios camino de los crematorios nazis. Ahora, al menos en los musical, Cohen me parecía  más al «alcance de todos», menos exclusivo, menos  intimo, menos de mi exclusiva propiedad. A pesar de todo lo dicho adquirí el disco y lo amé como he amado casi todo lo escrito por este tipo.

Cohen vino a tocar a Bilbao,  una ciudad próxima a la mía. Un centenar de kilómetros me separaban de él y no lo dudé ni por un instante. Convencí a un amigo menos devoto que yo pero igual de osado por aquellos tiempos, y en su moto una Yamaha 250cc nos lanzamos a la aventura. Recorrimos la distancia que nos separaba de Cohen en un abrir y cerrar de ojos. No encontraba el momento de llegar al pabellón en el que iba, por primera vez, a compartir el tiempo y el espacio con alguien que me había acompañado a lo largo de los años, en mis tardes de dolor y en mís noches en soledad.

En el backstage, junto a unas escaleras que daban acceso al escenario por fin pude verle. Estaba lejos, demasiado lejos, pero  a pesar de ello pude intuir su gesto hierático y su elegante traje negro. Las luces se apagaron, la oscuridad lo dominó todo y un cañón pintó con su luz la soledad del hombre más carismático que yo haya visto en mi vida. Con un cigarrillo encendido, su guitarra y una pose algo chulesca, Cohen  se plantó frente  a los cinco o seis mil aficionados que esperaban sus canciones.

Entonces comenzó a cantar, no recuerdo con qué lo hizo, pero apenas dos estrofas después su voz le traicionó y rompió a toser. El inmenso local quedó dominado por un silencio tenso y Cohen se apartó del micro y tosió. Tras unos instantes eternos se giró hacia el público. Quiso disculparse arrojando su cigarrillo al suelo y aplastando la colilla con sus negros y lustrosos zapatos, entonces yo comencé  a aplaudir. Comprendía lo que él debía estar pensando y sobre todo sintiendo en esos momentos. Con mis palmas quise agradecer todo y tanto como nos había dado a lo largo de los años, a lo largo de su vida y a lo largo de las nuestras.

Unos tímidos aplausos  siguieron a los míos y en apenas una fracción de segundo, que a mi se me hizo interminable el pabellón al completo se vino abajo entre vítores, silvidos, aplausos y hurras. Cohen sonrió, se giró hacia su banda  que se disponía a comenzar a tocar cuando con un discreto gesto les indicó que guardaran silencio. Lanzó una mirada hacia el lugar en donde yo me encontraba. Sin duda, a pesar de los focos que le cegaban, él había localizado el lugar en donde comenzaron los aplausos que le ayudaron a salvar una situación cuando menos incómoda. Dirigiendo su dedo índice hacia mi dijo.

– Va por ti compañero, por hacerme la vida más facil-. Y entonces interpretó Suzanne.

Han pasado casi 40 años desde entonces. Me produce escalofríos tan solo hacer el cáldulo del tiempo transcurrido. Cohen se fue haciendo cada vez más popular y yo me fui alejando de él. Sentía que nuestro momento había pasado, que ya nada podría superar aquello que habiamos vivido juntos, y dejé de escucharle durante varias décadas.

Sentía que nuestro momento había pasado, que ya nada podría superar lo que habiamos vivido juntos, y dejé de escucharle. #OriolVillar #ElSilenciodelosLocos #Fotografía #LeonardCohen #ThePixies Compartir en X

Hoy cuando escribo estas líneas Leonard Cohen ya hace varios años que ha emprendido su gran viaje y a mi me resulta dificil asimilar que hablo de él en pasado. Que lo recuerdo como parte fundamental de una época que quedó marcada a fuego en mi alma y definió mi personalidad, esa personalidad que ha luchado contra el tiempo y las contradicciones, contra la hipocresía y contra la pérdida del rumbo y del sentido. Poco a poco he ido recuperando sus poemas y sus melodías. He regresado a los lugares que transitamos juntos. Por mucho que lo intento, aunque procuro mirar siempre hacia adelante, el pasado cuando es tan bello e intenso como lo es el pasado con Cohen, es más presente y más futuro que nunca.

Hace unos años cuando Leonard Cohen ya estaba viejito y cansado, presentó su última grabación a la prensa. La sala estaba abarrotada y él sentado en un taburete sonreía enfundado en su eterno traje negro y cubierto por un precioso sombrero. Un periodista le preguntó.

Hace un tiempo usted dijo que ya estaba preparado para morir. ¿Sigue pensando lo mismo?

En la sala se creó un tenso silencio. Cohen  tenía un aspecto agotado. Para quienes lo habiamos conocido más joven, aquel anciano nos resultaba tan entrañable como triste. El moderador no supo qué decir y todos los presentes fijaron su atención en Cohen. Éste, sin mostrar emoción alguna, guardó un estudiado silencio con el que aumentar la tensión y también la intriga. Dio una larga calada a su cigarrillo seguida de una enorme bocanada del humo y, levatando ligeramente el ala de su sombrero, se dirigió al periodista que había formulado la pregunta y dijo.

-Quizá me precipité un poco.

© «I can’t forget Leonard Cohen» es una fotografía de Oriol Villar-Pool.


The Pixies. I can’t forget (Leonard Cohen)