En muchas ocasiones mi capacidad extrema de empatía me hace pasar malos tragos y me hace sentir como propias las tragedias ajenas.

Es frecuente en  mi que, ante el dolor de los demás, mi imaginación construya escenarios sin duda exagerados sobre las causas del dolor.

Suelo sentir que soy el único que percibe el drama, lo que me hace sentir todavía una soledad mayor que la de la propia víctima.

Quizá no sean más que fantasía mías.

Así suele ser.


-¿Te ocurre algo?

-No… No me pasa nada.

Era consciente de que ella mentía. Pero quien era yo para entrometerme en la vida de nadie. Si ni tan siquiera eramos amigos. Pero había algo en ella, y todavía lo sigue habiendo, que me fascinaba.

Por lo general ella siempre sonreía  y su mirada era mitad pícara, mitad ingenua.

Era atractiva y era revoltosa. Hablaba poco, al menos no lo hacía en mi presencia, pero observaba con interés todo aquello que la rodeaba. Y lo hacía con un brillo en su mirada que era capaz de romper hasta el más férreo de los corazones.

Nunca he sabido qué podía ser aquello que cruzaba por su mente cuado me me quedaba mirando. Pero he de re3conocer que cuando lo hacía, yo sentía que un gran peligro me acechaba.

Cuando la encontré aquella tarde estaba pensativa, cosa que era rara en ella. Estaba apoyada en la pared y aparecía estar ausente de todo y ajena a todos. Aquello me sorprendió. Nunca la había visto de aquella manera.

Ninguno de los presentes, que eran mucho y que la conocían bastante mejor que yo, parecía darse cuenta de su estado.

Decidí no prestarle más atención ya que nadie parecía hacerlo. Pero al cabo de unos largos minutos en que traté de ignorarla le lancé una mirada disimulada. El espacio era muy reducido y nuestras miradas se cruzaron en el centro de la estancia. Fue entonces  cuando descubrí una profunda y apagadatristeza en sus ojos, reflejo sin duda de un corazón herido y de una mete confundida… Mi corazón dio un vuekco.

-¿Te ocurre algo? – bisbiseé en la distancia.

– No… No me pasa nada.

Me mintió… ¿Pero quien era yo para entrometerme en la vida privada de nadie?

Hoy he vuelto a verla. Su aspecto era brillante y alegre. Trasnmitía paz, alegría y serenidad. Sonreía y parecía encontrarse bien consigo misma.

Me he alegrado por ella.

¡Y qué caramba! Por mi también.

Porque no hay nada más triste que ver sufrir a quien lucha por ser feliz.

Quizá sólo había tenido una mala noche. Quizá todo había sido a causa de un dolor de muelas.

¡Qué mas da!

Me gustaría creerlo así.

© “Unos ojos tristes” es un un relato de Oriol Villar-Pool