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Carta de Andreas López al Juez de guardia. Un relato de Oriol Villar-Pool

Una venerable señora que regentó durante décadas una tienda de lencería en mi ciudad me contó el impacto que le provocó un cliente al que recordó siempre.

Acudió a su tienda en silencio. Se dejó aconsejar sobre algunas prendas para las que nunca hubiera imaginado la señora cual sería el destino ni las motivaciones que le llevaron a adquirirlas. No recuerdo cuanto hay de cierto en lo que cuento ni cuanto es fruto de mi imaginación. Me gusta imaginar que lo que narro es lo que pudo haber ocurrido. Desde aquel entonces Andreas López ocupa un lugar muy relevante en lo más profundo de mi corazón. Espero que el tuyo, tu corazón, también tenga un lugar para un relato al que quiero como a pocos.

A la atención del Señor Juez:

Mi nombre es Andreas López. Cuando esta carta llegue a su poder, supongo tendrá frente a usted mi cadáver frío y solitario. Si no fuese así y hubiese errado en mi intento por arrancarme la vida, le ruego encarecidamente deje su lectura. En ella revelo algunos aspectos íntimos y secretos de mi vida más privada, que preferiría permaneciesen siéndolo.

Si continuase vivo, no podría soportar la humillación por haber confesado a un desconocido materias que ni los más próximos a mí conocen.
Si como es mi propósito yazco muerto frente a usted, confío en que mi relato sirva para exculpar a todo aquel sobre el que pudieran recaer las sospechas de mi fin. Muero por propia voluntad y nadie, absolutamente nadie, me ha inducido, animado, ayudado o asesorado en el modo de hacerlo.

Como ya le he dicho mi nombre es Andreas López, tengo sesenta y dos años y, como demuestran mis restos, siempre he sido poco atractivo y mi aspecto – he de confesar que me apodan el tirolés – con frecuencia resulta algo cómico. Mi nacionalidad es la alemana, y aunque el origen de mi apellido sea español por un complicado laberinto genealógico que no viene al caso, siempre me he sentido extranjero.

Hace más de treinta años que trabajo como profesor de mi lengua natal en un colegio privado. Nunca me casé y las mujeres han sido siempre una asignatura pendiente en mi corazón y en mi cama. El amor sólo llegó a mi vida pocos meses antes de perderla, y en cierto modo ha sido el motivo que me ha llevado a mostrarme ante usted de esta guisa.

Hace dos años murieron mis padres con un intervalo de dos meses. Aunque la ciencia no contempla estos supuestos, sé que lo hicieron de cáncer él y de amor ella. Desde que esto ocurrió pude comprobar que me había quedado solo en el mundo, algo que durante la larga enfermedad de mi padre nunca había tenido en cuenta, dado lo absorbente de una situación cuyo trágico final le he descrito.

Desde aquel entonces todos los recuerdos que habitaban mi hogar me atormentaron con abrumadora insistencia, lo que me obligó a vagar por abarrotadas calles. Me compadecía de mí mismo en largos paseos sin rumbo, hasta caer rendido en cualquier pensión, en una huida tan absurda como inútil de una realidad que me negaba a afrontar.

Este peregrinar por los albergues de la ciudad me descubrió cientos de sórdidos habitáculos en los que el amor se mide en tiempo y dinero. En los que cada rincón acoge millares de falsos y artificiosos deseos. En los que cada lamparón en el papel pintado, rezuma promesas de un gozo exclusivo y eterno. En los que un retrato de Dios sabe quien, observa inmutable fieros desahogos entre desconocidos. En los que los ceniceros amortajan las malolientes colillas de quienes observan vestirse a una pareja bautizada a su antojo. En los que los sucios cristales limitan el mundo a oscuros callejones. En los que rollizos cuerpos y pálidos rostros, sobreviven entregados al mejor postor.

Ese entorno de amor y carcajadas, de gemidos y golpes tras las paredes, fue el que una noche me permitió cruzar el destino de Raúl. Era un joven moreno Era un guapo y fornido semental, al que su cuerpo le permitía vivir como gustan hacerlo aquellos quienes nunca han tenido nada.
Había visto a muchos profesionales como él, pero ninguno me había saeteado el alma como Raúl lo hizo en aquella ocasión.

Durante dos meses, cada noche Raúl sudó sobre mí y me hizo estremecer como nunca hubiese creído posible. Al dejarme para seguir amasando su particular fortuna, yo permanecía, desnudo, llorando durante horas sobre almohadas que habían ahogado los sollozos de tantas y tantas soledades. No sufría, avergonzado o por arrepentimiento, como creí en un principio. Lo hacía por amor. Por fin había descubierto el amor, y lo hice en alguien a quien en cualquier otra circunstancia hubiese despreciado.

Fue Raúl quien me ayudó a regresar al que fuera mi hogar. Durante varias semanas de pasión y talonario, me dejé robar prácticamente todo lo que de valor había adquirido a lo largo de mi vida. Nada de aquello me importaba, pues con él entre mis piernas era feliz. Si el cielo existe, Raúl debía ser un enviado para devolverme la fe.

Como un torbellino, nuestra relación se encaminó hacia mi propia humillación y la violencia física entró en mi vida. Obedecía ciegamente sus órdenes. Me vestía las ropas que fue rescatando de un viejo baúl de mi madre, donde las había guardado a su muerte. Cualquier lugar era bueno para nuestros encuentros. Un baño público, un garaje, un trastero, el palco de un teatro, el pasillo de casa…Todo cobró una nueva dimensión para mí.

Alegué cualquier enfermedad que justificase mi ausencia al trabajo, para poder ser así sometido a los deseos de Raúl que me visitaba a cualquier hora del día o de la noche que le viniese en gana.

Como ya le he dicho, mi aspecto físico deja bastante que desear, así que comencé a cuidarme para agradar a quien, hacía semanas, se había instalado en mi casa.

Raúl disfrutaba al maquillarme y me sometió a verdaderos ejercicios de abyección. Era consciente de la progresiva desaparición de mi poca dignidad, pero al mismo tiempo, nunca me había sentido tan vivo y tan enérgico, como cuando él descargaba sobre mí toda su desbocada pasión.
En aquel descenso a los infiernos del placer, me había aislado por completo del mundo exterior de tal modo, que mi único contacto con la realidad era el chico de la tienda, al que siempre recibí como el amable alemán al que le tenía acostumbrado.

Raúl disfrutaba al maquillarme y me sometió a verdaderos ejercicios de abyección. #OriolVillar #Amor #Pasión #Homosexualidad #Relato Compartir en X

Una tarde Raúl me acompañó un par de manzanas. Nos detuvimos frente a un establecimiento de lencería fina. Allí me ordenó que entrase a comprar una prenda femenina muy ceñida, cuyo nombre aún desconozco. El local era un viejo comercio de toda la vida, regido por dos damas de señorial aspecto. En un principio pensé en aquello como algo fácil, y así fue hasta que hablamos de tallas. En aquel momento cuestioné mi presencia allí y apunto estuve de abandonar, pero la gélida mirada de Raúl, desde la calle, me obligó a continuar.

-¡Es para mí!, señora -. Respondí con falsa firmeza.
Sin inmutarse, con ese saber estar que dan la cuna y la experiencia, respondió educadamente.
– Ya…, espere un momento, creo que tengo algo para usted en el interior.

Nunca agradeceré lo suficiente a aquella mujer su tacto para conmigo, pues hizo del resto algo tan sencillo como elegir una corbata. Creo que leyó en mi mirada un fondo de desesperación difícil de disimular.

Raúl intentó aquella tarde – lo comprendí después – que me negase a satisfacer sus caprichos, para provocar así una discusión. Pero yo había naufragado hasta unos extremos tales, en los que todo me parecía soportable, lógico y normal.

Pasamos la noche en un antro en el que Raúl era muy conocido. Fui vejado como nunca y en aquella ocasión mis lágrimas, por primera vez, fueron a causa del dolor. Empecé a comprender que sus palabras eran tan falsas como los gemidos de la furcia de la habitación contigua. Su violencia me hizo sangrar. El sudor y las lágrimas empaparon mis labios con una salada amargura. Al dejarme, me sentí sucio y acabado. Lloré durante horas hasta que un guarro, desdentado y calvo viejo, me expulsó renegando mientras reclamaba la llave de la habitación.

Transcurrieron treinta largos días cuando, de madrugada, apareció Raúl abrazado a dos putas. Bebieron, fornicaron en la cama de mis padres, y ultrajaron mis recuerdos más sagrados. Fui objeto de todo tipo de mofas y sus burlas cayeron sobre mí como una losa fatal. Intenté dialogar con él y sólo obtuve el trato que el viejo maricón que soy merecía.

El resto puede usted imaginarlo. Mientras redacto estas líneas aún no sé el modo con que pondré fin a este calvario. Supongo que, dada mi poca originalidad, no le acarrearé ningún problema.

Mientras redacto estas líneas aún no sé el modo con que pondré fin a este calvario. #OriolVillar #Amor #Pasión #Homosexualidad #Relato Compartir en X

Quisiera pedirle, Señor Juez, que no persiga a Raúl por mi causa. Considere todo lo que de mi propiedad encuentre en su poder, como regalado por mí. Me dolería que mi muerte provocase trastorno alguno en quien, aún habiéndome hecho sufrir, me descubrió en el ocaso de mis días, la pasión, el dolor y el amor, que durante toda mi vida habían estado muriendo en mi corazón.

Respetuosamente
Andreas López

 

© “Carta de andreas López al Juez de guardia” es un un relato de Oriol Villar-Pool

2 comentarios

  1. Paz

    Me ha encantado. Qué bien describes los sentimientos de un hombre que en su senectud dscubre el verdadero amor aunque sea tan extraño para él y resulte tan destructivo.
    ¿Pero quien sale indemne de una pasión tan desbordante como la que vive Andreas?
    Continuaré leyebdo tus textos

  2. oriol villar r de hinojosa

    Muchas gracias por tu comentario, Paz.
    Lo cierto es que es verdad que el personaje forma parte de una anécdota que me contó una señora que yo conocía y que regentaba un vetusto comercio en mi ciudad.
    El resto de la historia no son más que elucubraciones mi imaginación.
    Siendo muy pequeño tuve un profesor de francés en el colegio que siempre suscitó mi curiosidad y alimentó mi fantasía.
    De modo que con esos dos elemntos me senté a escribir lo que yo considero uno mis relatos más entrañables y por qué no decirlo más tristes.
    Aunque también es verdad que aunque Andreas sufre mucho en su descubrimiento del amor, no es capaz de albergar ni un gramo de rencor hacia quien aun a sabiendas de haberlo utilizado, casi de manera inconsiente, hizo erupcionar el volcán de las emociones dormidas de Andreas.

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