Durante años de noches de juventud y alcohol mi único propósito fue llegar al alba con fuerzas suficientes para volver a casa. La soledad del regreso era algo que ya tenía asumida. Lo que no parecía haber encajado tan bien, era el paso del tiempo. Yo cada vez era menos jóven y mis noches menos agitadas. Cuando de madrugada una jovencita se te acerca a la luz de una farola intermitente, uno fantasea con placeres furtivos y susurros emocionados. Pero cuando ocurre lo que a continuación relato, no sólo los hechos te develven a la realidad sino que también te hacen regresar a tu edad… Cuando ya no eres ni un posible peligro en las oscuras calles del invierno provinciano.
La fría noche golpeaba mi rostro, mientras mis ateridas manos trataban de encontrar refugio en los bolsillos de un viejo gabán.
Mis ojos, fijos en un horizonte indefinido, me dirigían al calor de mis sábanas.
El alcohol distorsionaba la oscuridad y las luces eran destellos fugaces que cegaban mi silencio.
La anodina velada, en nada se había diferenciado de tantas fatuas noches de bebida, tabaco, y rápidos y poco satisfactorios, escarceos de amor a contrareloj.
Fue en plena calle cuando, como una aparición, se acercó a mí una niña-mujer cuyo rostro no dejaba adivinar la angustia que la corroía.
-Oiga, ¿sabe cuál es la calle Segundo Ispizua?… – Llevo más de una hora buscándola y no he visto a nadie a quien preguntar… Es que voy a dormir a casa de una amiga y…
Me ofrecí a acompañarla mientras ella me relataba, con todo lujo de detalles, una confusa historia de imprevistas citas de madrugada, amigas desertoras, barrios desconocidos y brebajes explosivos.
Aquel desordenado discurso fue llevando su alterada memoria al recuerdo de su padre recientemente fallecido.
-Si me viese mi padre ahora… ¡Me mataría!… La verdad es que me alegro de que haya muerto porque era un cerdo que siempre me pegaba.
Al llegar a su ansiado destino, un ángel rubio de diecisiete años, embutido en un raído albornoz azul y con el rostro amoratado por la fría hora de espera, preguntó intrigada al verme:
-¿Pero… ya os conocíais?
Respondí con un par de frases corteses y poco brillantes.
Aquella declaración de soledad e incomprensión, me dejó mudo y pensativo.
Ya al calor de mi hogar, no podía borrar de mi memoria aquel rostro que, sin saberlo, buscaba desesperada aquello que todos ansiamos con encontrar. Mi mente entonces, en un alarde de ingenio me devolvió al mundo.
-Vaya noche… Para una mujer que se sincera conmigo y resulta ser la hermana de Norman Bates.
© “La hermana de Norman Bates” es un un relato de Oriol Villar-Pool
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