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El final de la proyección. Una reflexión de Oriol Villar-Pool

El cine, casi con toda seguridad, nos ha proporcionado algunos de los instantes de felicidad más intensos en toda nuestras vidas, al menos así ha sido en mi caso. Desde bien temprana edad recuerdo haber acudido al cine a ver películas, más inocentes primero, y poco a poco más intensas, que eran capaces de transportarme a espacios y a universos que tardaba mucho en olvidar una vez había salido de la sala de proyección.

Si te apetece dar tu opinión no dudes en hacerlo en los comentarios que encontrarás al final del texto. Me encantará conocer tus opiniones sobre este texto o sobre todo aquello que te apetezca decir.


Recuerdo la sensación, a veces extraña y a veces perturbadora, que provoca en mi el final de la proyección de una película, una de esas que te dejan clavado en tu butaca.

El público se levanta y abandona la sala como alma que lleva el diablo y yo trato de permanecer impasible y atento a la pantalla.

Mientras tanto sobre el blanco tapiz de la pantalla se desplazan, salpicando aquí y allá, las sombras de los insensibles espectadores que la atraviesan en uno u otro sentido.

Procuro permanecer en la mi butaca hasta el instante mágico en el que el proyector deja de funcionar. Ese momento en el que el ultimo rayo de la mágica luz del cine se desvanece en la pantalla y como en el folio en blanco de un escritor aún está todo por escribir.

Entonces con la sala vacía es cuando el encargado, antes llamado acomodador, me invita a abandonar el recinto para permitirle preparar la sala para la próxima sesión.

Entonces es cuando me encuentro en un estado de éxtasis y la mortecina luz ambiental de la sala no logra devolverme a la realidad.

Entonces es cuando me encuentro en un estado de éxtasis y la mortecina luz ambiental de la sala no logra devolverme a la realidad. #OriolVillar #Cine Compartir en X

Abandono la sala por una de esas puertas traseras que dan acceso a un complejo e intrincado conjunto de escaleras y galerías que dirigen al espectador hacia la realidad de las calles.

Nuevos espectadores

Camino por este extraño espacio que solo se encuentra en los cines. Imagino que la causa de la conmoción que la película que acabo de ver se encontrará ya enrollada en las bobinas que, con esmero y cuidado, el proyeccionista estará preparando para una nuevo grupo de espectadores que, sin duda, estarán haciendo cola ya en la puerta principal.

Estarán a la espera de acceder a ese espacio casi sagrado al que unos u otros títulos podrán convertir en un santuario o en un estercolero.

Esas personas que como yo aguardan el instante en que enfrentarse al chorro de luz y de sonido que, fruto de un creador, tratará de comunicar y de transmitir las emociones imaginadas por él. Sensaciones que desde su mente y a través de un largo y laborioso proceso de producción habrán tratado de llegar, del modo más fiel posible y más acorde a la idea original, hasta los receptivos sentidos del espectador.

Siempre me han llamado la atención esos instantes previos a la proyección. Esa especie de silencio tenso, de carga energética concentrada en cada uno de los espectadores. Personas que han dedicado parte de sus recursos económicos y de su bien más preciado, como es su tiempo, para asistir al ritual del cine. A la proyección de un título del que probablemente habrán oído hablar o incluso antes de su primer golpe de claqueta.

He de reconocer que desde que tengo uso de razón nunca he comprendido la expresión «ir al cine», yo siempre e ido a ver una película determinada.

No comprendo qué puede llevar a alguien a perder su tiempo en una sala oscura, en la que se proyecte una estupidez extrema, que podría ver en la televisión cualquier tarde durante el sesteo dominical.

No alcanzo a comprender cómo se pueden gastar tantos recursos y tanto talento, pues no dudo de la existencia de talento, por poco que este sea, en proyectos así.

Siempre he considerado que el sólo hecho de sacar un proyecto cinematográfico adelante ya tiene un mérito tan enorme que merece todos mis respetos.

El hecho de sacar un proyecto cinematográfico adelante tiene un mérito tan enorme que merece todos mis respetos. #OriolVillar #Cine Compartir en X

Pero por otra parte también me resulta incomprensible el hecho de que tantos recursos y tanto talento, tanto esfuerzo y tanto tiempo, sean derrochados en pergeñar chorradas de difícil digestión incluso para estómagos más acostumbrados a tan toscos sabores.

Pero eso no es todo, porque muchas de estas imbecilidades, mal llamadas «cine de consumo», sería más correcto llamarlas «cine de estercolero», ni siquiera son capaces de convencer al público al que según «sesudos» estudios de mercado van dirigidas. Y entonces acaban convirtiéndose, no ya en un fracaso estrepitoso, sino más bien en una anodina película incapaz de llenar una sala ni en su primer fin de semana de estreno. Título que aguantará sin pena ni gloria hasta que el próximo viernes sea reemplazada por otro esperpento al que todos desean corra mejor suerte.

Cine de autor

Siempre he acudido a las salas de cine a ver títulos sobre los que tenía información previa, sobre autores a los que conocía o de los que tenía referencias y sobre los que solía haber leído e investigado.

Cuando me siento ante una pantalla en blanco suelo saber tanto sobre la película que percibo un estado de familiaridad con el título tal que si éste, tras la proyección, me decepciona, me siento traicionado como tras conocer la infidelidad «del amor de tu vida».

Siempre he asistido a las salas de cine a disfrutar de títulos del llamado cine de autor. No lo hago por pedantería, sino más bien porque el llamado cine de entretenimiento me provoca tal tedio que rara vez aguanto hasta el final de la proyección.

Cuando leo las reseñas de algunas películas y en su categorización por géneros me encuentro con títulos clasificados como comedias, me suelo echar a temblar.

Cuando leo las reseñas de algunas películas clasificados como comedias, me suelo echar a temblar. #OriolVillar #Cine Compartir en X

Cuando esto ocurre suelo reflexionar al respecto. ¿Cómo es posible que todos los profesionales del ramo sean capaces de definir, tal o cual título, como una comedia, cuando a mi no me ha provocado ni la más mínima mueca que pudiera sugerir una sonrisa?

Leo calificaciones como Hilarante, Desternillante, Divertida, Jocosa, Ocurrente, Ingeniosa, Cachonda, etc... Y yo permanezco hierático y sin comprender qué puede ser eso que hace tanta gracia a esos críticos que firman sin rubor sus columnas en periódicos de un prestigio cada vez más empañado por intereses de cualquier tipo pero siempre alejados de la información.

Mejor en compañía

He de reconocer que como afirma Román Gubern, el cine, como cualquier otro espectáculo, se disfruta mejor en compañía que en la soledad de tu hogar, gracias a lo que define como la «fruición colectiva» frente a un suceso.

Es verdad que, ya sea un partido de futbol, un concierto Heavy, la misa del gallo o la última entrega de la saga Saw, se viven con mayor intensidad emocional rodeado de otros espectadores. Personas que comparten con nosotros el impacto del hecho espectacular y exteriorizan sus emociones de modo más fácil y estentóreo.

Pero yo me aburro de igual modo ante estas comedias, ya sea rodeado de espectadores deseosos de disfrutar de una tarde dominical, o sólo frente la pantalla de plasma de mi televisor y con los pies descalzos sobre la mesa del salón.

Ya y para finalizar esta digresión cinéfaga, diré que cuando salgo a la calle tras recorrer el laberinto de pasillos y escaleras que vomita a los espectadores tras la función. Cuando me encuentro aún sumido en el impacto de la película que acabo de ver. Cuando he sido trasportado a otros mundos, a otros tiempos y a otras existencias, me resulta casi imposible regresar con la facilidad, que otros parecen hacerlo, a la cotidianidad de unas vidas que suelen tener poco o nada que ver con el estado de conmoción, de felicidad o de dolor en que yo me encuentro sumido.

Entonces, en ese instante es cuando tras empujar la barra de apertura de las puertas de salida se abren ante mi ambas hojas y el sol golpea mi rostro, ciega mi vista y aturde mi entendimiento.

Es en ese momento cuando ruego a Dios no encontrarme con nadie, al menos no hacerlo durante un buen rato.

Es en ese momento cuando ruego a Dios no encontrarme con nadie, al menos no hacerlo durante un buen rato. #OriolVillar #Cine Compartir en X

Tras una proyección de Tarkovsky, de Angelopoulos, de Erice, de Imamura o kurosawa no soy capaz de articular palabra ni de construir un discurso coherente.

Si alguna vez quieres ir conmigo al cine y quieres comenzar a hablar nada más finalizar la proyección, es mejor que vayamos a ver una chorrada. Algo que pueda destripar y masacrar sin complejos y sin rubor.

Elije tú el título y luego ármate del valor preciso para soportar el chorreo de barbaridades que puedo llegar soltar sobre esa película «tan buena» y «tan aclamada» por la crítica. Por ese título tan «merecedor» de premios allá por donde haya pasado.

He visto tantas de esas abominables películas, que en cierto modo hasta disfruto «ametrallando» al amanecer a sus autores.

Lástima que el cine sea hoy tan caro como para no ir más a menudo a vomitar sobre las opiniones de la crítica y sobre las pantallas del mundo.

© “El final de la proyección.” es una reflexión de Oriol Villar-Pool

2 comentarios

  1. Claudia

    Estoy muy de auerdo con la tesis de este artículo. Me encanta lo que dices y cómo lo argumentas. Tus palabras son bonitas y tus sentimientos también. He sentido una, casi «excitación» con algunos de tus poemas, tienes un mundo interior super interesante. Me encanta tu trabajo y me encantaría conocerte mejor. Disculpa si soy tan directa, pero , ufff.
    jijii.
    No me tomes muy en serio. Peor sí tus poemas me han encantado.

  2. oriol villar r de hinojosa

    Caramba Claudia. Me dejas sin palabras
    Continúa leyéndome haber si sigues manteniendo el mismo nivel de Excitación.
    Un saludo.

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